La cultura patriarcal no se genera con el capitalismo; sin embargo el sistema la reproduce y la perpetúa porque le resulta conveniente, porque le es funcional a sus intereses. Durante muchísimos años, a la mujer se le consideró además de objeto sexual, como una máquina y a la familia como una fábrica productora de la mercancía fuerza de trabajo masculina y de máquinas mercancías reproductoras en el caso de la mujer, de allí el papel del hombre como proveedor de insumos para que funcionara la fábrica y como capataz despótico con la familia.
La mujer estaba relegada al hogar-fábrica y la única educación que recibían las mujeres estaba orientada a que pudieran cumplir con ese limitado rol que les había asignado la sociedad patriarcal capitalista. Muchas actividades sociales y políticas en las que participaban los hombres estaban vedadas para las mujeres y cuando tuvieron alguna participación, la historia, casualmente escrita por los hombres, se encargó de invisibilizarlas, ya que su lugar tenía que ser el hogar-fábrica.
Adicionalmente, el hombre al ser el proveedor, fundamentaba en ello su poder de amo y propietario, lo cual se expresa en una relación de dominio-subordinación. El macho mandaba porque la mujer era vista como una cosa de su propiedad y al ser de su propiedad como a cualquier otra cosa, la podía usar como objeto sexual, podía disponer de ella a su antojo, e inclusive, decidir sobre su cuerpo, del cual era enajenado la mujer. Todo ello se formaliza en el “de”, el cual al ser usado y defendido por algunas mujeres, no hace más que expresar la interiorización de su condición de subordinada. ¡¿Por qué nunca se nos exigió a los hombres usar el “de”?!
Pero esa relación de dominio-subordinación, de amo y propietario, semejante a la del burgués que habla de “sus” trabajadores como cosa suya, cobra una dimensión social de poder de la clase capitalista sobre la clase trabajadora y de los hombres sobre las mujeres y se expresa en el acoso sexual, en el abuso sexual, en la discriminación social, laboral, política, religiosa, etc. Pero debemos señalar, adicionalmente, que al cosificar a la mujer su cuerpo pasa a ser un objeto de deseo, de uso publicitario y comercial, un “gancho” para las ventas, un “colirio” para el alcalde de San Salvador y un sustituto de la “viagra” para quienes tienen la presión alta.
Pero bien, retornando a nuestro relato, observamos que el padre proveedor, obviamente, percibía un salario que posibilitaba que funcionara el hogar fábrica, pero la racionalidad capitalista de maximizar beneficios y minimizar costos, condujo a que sus salarios reales fuesen insuficientes para satisfacer las exigencias de la modernidad, las necesidades sociales crecientes a la par de la productividad en constante desarrollo conducían al consumismo y ya no bastaba con que sólo trabajara el hombre, había que incorporar a la mujer al mercado laborar. Aunque tal incorporación se hacía en condiciones desventajosas y en muchas ocasiones triplicando su jornada de trabajo, ya que además de las labores domésticas: barrer, trapear, sacudir, lavar ropa y trastos de cocina, cocinar, planchar, etc. es necesario el cuido de los hijos, llevarlos al jardín infantil, al médico, etc. se le añade el trabajo remunerado. Esto que es muy común en las llamadas madres solteras y de bajas remuneraciones, puede ir disminuyendo, parcialmente, al mejorar los ingresos y delegar en otras mujeres las actividades del hogar: mujeres sometiendo a otras mujeres.
Pero al incorporar a la mujer al mercado laboral, también se le abre la oportunidad de educarse, de participar en actividades sociales y políticas, etc. y ello, unido, a la relativa autonomía económica, posibilita que se vayan generando algunas condiciones favorables para que las mujeres tomen conciencia de su real condición, de su sometimiento al poder patriarcal. En este ámbito cobra mucha importancia el papel organizativo y formativo de los movimientos feministas, para “empoderar” a las mujeres. Empoderamiento, que yo lo entiendo, como la capacidad de resistir a las exigencias machistas así como de exigir sus derechos, y adquirir la capacidad necesaria para cambiar la cultura patriarcal.
Cultura patriarcal que no es exclusiva de los hombres, sino que también es asumida por las mujeres, aunque busquen racionalizar sus comportamientos, sus actitudes y sus posturas ante las exigencias de las mujeres liberadas o en proceso de liberación de esa herencia atávica que es reforzada por la educación, la religión, la sociedad – medios de comunicación, publicidad, eventos, concursos, etc._ y el hogar.
Pero el proceso de cambio de la cultura patriarcal no puede reducirse a la educación en la niñez, en la pubertad o la edad adulta, tanto de uno como de otro sexo, exige de la praxis, praxis que debe implementarse en todos los ámbitos de la actividad humana. Los machos muy machos se resisten, ya los vemos devanándose los sesos para racionalizar lo irracional y además justificar lo injustificable de la cultura machista y aunque busquen ocultarlo apelando a la libertad, al arte, a los principios éticos y religiosos se les mira el rabo.
No obstante, si bien consideramos que la igualdad de genero es una aspiración legítima y alcanzable, me temo que esa igualdad en el capitalismo pueda reducirse a una igualdad en la explotación: mujeres y hombres explotados o mujeres y hombres explotadores, de allí que me parece muy atinado el esfuerzo de algunos movimientos feministas por impulsar a la par la economía solidaria, la cual ha demostrado en la práctica será muy eficiente para trasladar del trabajo al hogar la solidaridad y lo contrario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario